
No era un recorrido cualquiera: era una misión cargada de propósito, de sensibilidad y de profundo respeto por la vida.
A cada orilla, los niños y niñas esperaban con curiosidad. Sus miradas brillaban al ver llegar a los uniformados, no como figuras distantes, sino como amigos que acompañan, orientan y protegen. Ese día, la misión era clara: fortalecer la prevención del reclutamiento forzado, una amenaza silenciosa que intenta vulnerar los sueños de quienes representan el futuro del Vaupés.
Los policías caminaron junto a los líderes tradicionales, escucharon sus palabras, compartieron sus preocupaciones y hablaron en términos sencillos, con el corazón por delante. Bajo los techos de maloca, entre aromas de chicha y el sonido de los tambores, se tejieron conversaciones profundas sobre la importancia de cuidar a los más jóvenes, de mantenerlos cerca de su cultura, de su esencia y de sus raíces.
Los niños rieron en las actividades lúdicas, pintaron sus sueños, levantaron cometas y repitieron con alegría los mensajes de protección. Las madres, con mirada serena, agradecieron la presencia institucional, sabiendo que no estaban solas en esta tarea. Y los policías, conscientes del valor de cada gesto y cada conversación, reforzaron su compromiso de ser guardianes atentos del bienestar de estas comunidades.
Al caer la tarde, la embarcación emprendió el regreso. El río reflejaba los colores del cielo y, en cada remanso, quedaba la certeza de que la prevención también se construye con cercanía, respeto y amor por la vida.
Así, entre la selva infinita y el palpitar de los pueblos indígenas, la Policía Nacional continúa su labor: proteger a nuestros niños, niñas y adolescentes, sembrando esperanza donde más se necesita y reafirmando que, en el Vaupés, la seguridad también es un acto de humanidad.





