
No fue un camino sencillo. Cada uno dejó atrás su comunidad, su chagra, sus tradiciones del día a día, para enfrentarse a un mundo distinto, uniforme y disciplinado. Llegaron con el sonido del carrizo en el alma y regresan con un nuevo compromiso: ser protectores del territorio, guardianes de los niños, adolescentes y familias que ven en ellos un ejemplo de superación.
En la ceremonia, la brisa del Vaupés parecía detenerse. Había emoción, había historia, había futuro. Los mayores, con su sabiduría silenciosa, los miraban con orgullo; las madres con los ojos brillantes sabían que ese hijo que se iba como aprendiz volvía ahora como servidor de su pueblo.
Estos once auxiliares no solo recibieron un uniforme; asumieron una responsabilidad gigante: tender puentes entre la fuerza pública y las comunidades, mantener vivas sus raíces mientras aportan a la seguridad y la convivencia desde el respeto, el diálogo y la interculturalidad.
Cada uno representa la voz de su linaje. Cada paso que den será un mensaje para las nuevas generaciones: que sí es posible soñar, que sí es posible servir, que sí es posible construir un Vaupés más fuerte, más unido y más seguro sin dejar atrás la esencia indígena que ilumina la selva.
Así, entre aplausos y cantos tradicionales, estos once jóvenes se convirtieron en símbolo de esperanza. Porque cuando un hijo de la selva se levanta para proteger a su gente, todo el territorio late un poco más fuerte.
Hoy el Vaupés no solo celebra una graduación: celebra el nacimiento de nuevos guardianes, orgullosos de su origen y comprometidos con su misión.
Porque en sus manos no solo llevan un uniforme… llevan la identidad, el honor y el futuro de sus pueblos





