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El día en que el patrullero Pérez y un joven auxiliar desafiaron la corriente para evitar una tragedia

El río Vaupés amanecía tranquilo, con ese silencio profundo que solo conocen quienes han crecido a su orilla. Entre los cantos de las aves y el murmullo del agua chocando contra las raíces, una familia se preparaba para continuar su viaje. Sin embargo, en cuestión de segundos, la calma se rompió: la canoa que habían dejado amarrada en el muelle comenzó a deslizarse lentamente, liberándose de la soga que la retenía.

Primero fue un pequeño movimiento, luego la corriente la atrapó por completo. La embarcación empezó a alejarse sin control, llevándose consigo las pertenencias de la familia y amenazando con perderse río abajo, donde la fuerza del Vaupés no perdona.

Entre los uniformados que realizaban labores de acompañamiento en la zona, el patrullero Pérez fue el primero en notar lo que ocurría. No dudó ni un segundo. Con un gesto rápido llamó al auxiliar de Policía, un joven decidido y atento que lo acompañaba en la jornada. Intercambiaron apenas una mirada antes de actuar: sabían que cada segundo contaba.

Sin pensarlo, corrieron por la orilla y se montaron en la lancha de la Policía Nacional, iniciando la persecución de la canoa mientras esta continuaba alejándose.

Desde el muelle, la familia observaba angustiada. No era solo una embarcación lo que intentaban recuperar: era el fruto de años de esfuerzo, los alimentos, las herramientas, todo aquello que una familia indígena considera vital para su supervivencia.

Después de varios metros río abajo, el patrullero Pérez logró acercarse lo suficiente. Sujetó la borda con fuerza mientras la corriente intentaba arrebatársela. El auxiliar llegó segundos después para ayudarlo. Juntos, con un esfuerzo sincronizado y firme, empezaron a guiar la canoa hacia la orilla, venciendo poco a poco la fuerza del río.

Cuando finalmente tocaron tierra firme, exhaustos pero victoriosos, la familia corrió hacia ellos con gratitud y alivio. En sus rostros se dibujaba no solo el agradecimiento, sino la certeza de que aún existen hombres dispuestos a arriesgarlo todo por los demás.

Ese día, en las aguas profundas del Vaupés, el valor tuvo dos nombres: el patrullero Pérez y el joven auxiliar. Su acción oportuna no solo evitó una pérdida material, sino que reafirmó la esencia de la misión policial: proteger, servir y tender la mano donde más se necesita, incluso cuando ello implica desafiar la fuerza de un río indomable.

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